#11 Huele a Fallas... aunque siga hablando de temas educativos
Hay ganas de Fallas. Y no por ser fallero.
Empieza a oler a Fallas en mi tierra de adopción. Y eso ya marca el camino, cada vez más reluciente para un docente vacacional como es el que escribe este boletín, como es la cercanía de verano. Las mejores fechas y, junto con la vocación “casi” doble que llega, un buen momento para disfrutar de ser docente.
Esta semana pasada hay dos temas que se me han quedado en el tintero. Volver a hablar de los ámbitos en la ESO y del proyecto CASEL que ha comprado la Conselleria de Educación para la que trabajo que, curiosamente, va a empeorar la salud mental del alumnado. Es lo que tiene comprar cosas sin saber de qué van. Es lo que tiene guiarse por cuatro indigentes intelectuales que, por desgracia, siguen comprando el concepto de la inteligencia emocional y lo de la “forja del carácter”. Pero bueno, eso se queda para futuro. Hoy revisemos de lo que sí he hablado en el blog.
Empecé la semana preguntándome si no comprar determinadas ideas educativas me hacía un peor docente. Si no comprar la LOMLOE, abrazar el ABP o sumarme a la secta de los del DUA, esos que se han montado un chiringuito en educación, impedía que fuera el profesional que mi alumnado se merecía. Y la verdad es que, viendo los resultados de ciertas cosas, creo que lo único que hace comprar determinadas cosas es ir en detrimento del aprendizaje del alumnado, de la inclusión y de las posibilidades futuras del alumnado más vulnerable. Pero seguro que son cosas mías y todo lo que se legisla y aparece como moda va a revolucionar la educación. Bueno, hay revoluciones que distan mucho de ser revolucionarias. Pero esa es otra cuestión.
No comprar determinadas ideas educativas, ¿me hace peor docente?
No hablo mucho de mi centro educativo actual. Bueno, alguna vez he comentado que, el curso que viene si no se tuercen las cosas, el profesorado definitivo de ESO y Bachillerato, nos vamos a un nuevo centro educativo. Eso sí, no sabemos ni en qué condiciones ni qué nos vamos a encontrar ahí. Lo único que sabemos es que ya se insinúa que, muy probablemente, nos toque arrimar el hombro en julio para trasladar muebles y montar los talleres/laboratorios. Pues va a ser que no cuenten conmigo. Ya estoy harto de hacer cosas que no se incluyen en mi contrato. Hacerlas implica desprofesionalizarse uno. Nuestro trabajo es el que marca la normativa y ese trabajo no incluye hacer ciertas cosas. Eso sí, la presión que seguramente vayamos a recibir los que nos neguemos a hacerlo, va a ser brutal. Nada, que me denuncien a inspección.
Es que estamos asumiendo demasiadas tareas que no nos son propias. No es nuestra tarea medicar al alumnado (ojo que, con mucho permiso que tengamos, les pase algo). No es nuestra tarea el tratar trastornos psicológicos. No es nuestra tarea cambiar los enchufes ni arreglar los proyectores. A pesar de ello, reconozco que caigo en hacer muchas tareas que no me son propias. Demasiadas. Eso sí, hay un momento en que uno debe decir basta porque, en caso de seguir haciéndolas, bajo la presión “de que si no no van a funcionar las cosas”, hace que el aprendizaje del alumnado y la visión del trabajo que tienen, se vea afectada. Damos mal ejemplo al alumnado si ven que en su trabajo les pueden exigir que hagan de todo.
El otro día alguien comentaba en las redes sociales que le obligaban a ir el sábado a la jornada de puertas abiertas de su centro. Por favor, que eso y repartir el piscolabis, no está incluido en el sueldo. Nosotros estamos para dar clase y realizar las funciones docentes que vienen marcadas por normativa. Que son muchas y que, si las queremos hacer bien, ya ocupan nuestra jornada laboral. Jornada laboral que es de 37,5 horas semanales. No son solo las lectivas. Y que tienen una normativa muy clara acerca de qué pueden o no pueden obligarnos a hacer.
La desprofesionalización del profesorado
Soy muy crítico con ciertas cosas que hace la administración educativa pero, debo reconocer que, en ocasiones también hace cosas bien. Este es el caso de recopilación normativa que pone a disposición de docentes, alumnado y familia en una página web para ello. Así se pueden conocer, desde el articulado legislativo de ciertas cosas, hasta resolver dudas de promoción y titulación. Un material fantástico y totalmente actualizado.
¿Dudas acerca de normativa educativa? Aquí tenéis la solución
Leer y comprender lo que se lee es la clave para aprendizajes futuros. Pero, ¿cuál es la mejor edad para empezar a leer? Pues la que pida el alumnado con la limitación superior, por investigaciones varias y salvo alumnado con determinados problemas, que consiste en los seis o siete años de edad. El problema es que hay algunos a los que les gustaría que nadie leyera antes que los demás porque eso implica discriminar a los que no lo hacen. Y eso, como siempre sucede en estas igualaciones por abajo, acaba perjudicando a todo el alumnado en su conjunto: tanto al que tarda más como al que tarda menos. Pero bueno, ese discurso ya lo conocemos muy bien algunos.
¿Cuál es la mejor edad para aprender a leer?
Al igual que el artículo anterior, he empezado a poner un poco de bibliografía en los artículos (bueno, en algunos). En este caso para hablar de la inteligencia emocional, ese concepto que cambia en función de quién hable del mismo. Y que, por desgracia para los que lo venden, no hay ninguna prueba ni evidencia que demuestre su existencia. Salvo, claro está, la cuenta corriente de algunos que se incrementa vendiendo el concepto.
Lo de la inteligencia emocional es muy parecido al “taxista marroquí” de hace un tiempo que, por lo visto, no había cobrado la carrera a casi ningún tuitero porque les había hecho un favor. Es que una historia, por mucho que se repita, no deja de ser mentira. Repetir mil veces que existe la inteligencia artificial, dar cursos acerca de la misma o dibujar miles de cerebros y pintarlos con colorines, no hace que tenga mayor veracidad el hablar de ella.
¿Es la inteligencia emocional un bluf?
Y, finalmente, para acabar la semana, en un día de excesiva ingesta de paella y pasteles para celebrar mi cumpleaños (que no es hoy ni fue ayer), escribí acerca de debates imposibles, tanto en analógico como en digital. De la imposibilidad de argumentar contra quienes no tienen más argumentos que su relato inmovilista. De lo cansado que resulta saber que el único discurso que tienen es que todo lo que no defienden ellos es “un discurso neorrancio y completamente reaccionario”. Si hasta acusan de fascista y rojiparda a La Pasionaria. Un nivel que ya supera toda la capacidad de uno de intentar establecer puentes porque, conforme se crea uno, ellos se encargan de dinamitarlo.
Un campo de minas siempre es mejor no cruzarlo. Salvo, claro está, que seas un inconsciente de la vida. Algunos ya estamos muy mayores para ello. Y cruzarlo, en muchas ocasiones, acaba llevándote a una línea roja que jamás, usando posiciones maximalistas, puedes ni debes atravesar.
De campos de minas, debates educativos y líneas rojas
Hoy sí. Hoy, por fin, he conseguido haceros llegar un boletín de La Tiza 2.0 a tiempo. A ver si sirve de precedente aunque, mucho me temo, que no lo haga. Es lo que tiene mi mala organización.